- No sé qué es lo que tiene en mi contra, pero cada vez que voy a saludarle me ignora y se va.
- Pues no vayas a saludarlo más, eso que te ahorras.
- Ya, es lo que pienso siempre después de que me ignore al saludarlo, pero se me olvida… no consigo guardarle rencor…
- Bueno, por desgracia el rencor es algo que se va aprendiendo con la edad… Cuando crezcas supongo que te será más fácil…
- Vaya, pues me quitas un peso de encima…
- ¿Por qué?
- Porque no pienso crecer, y como el rencor se aprende creciendo por ahora estoy a salvo...
Déjate de sentimentalismos
Alegría era una chiquilla algo más pequeña que el resto de niñas de su edad. Era bastante adorable, con su pelo rubio rizado y sus enormes ojos color miel… Aun siendo tan mona, lo que realmente destacaba en Alegría era la capacidad que tenía de contagiar su felicidad allá por donde pasaba. Una buena tarde, desde su pequeña habitación, vio que una chiquilla de su edad, pero algo más alta, se estaba mudando a la casa de al lado.
La chica nueva se llamaba Sonrisa, y era alta, morena de piel, con los ojos azules y unos dientes blancos y grandes como perlas. Al igual que Alegría destacaba por su felicidad contagiosa, Sonrisa lo hacía por ser una chica siempre risueña. Pronto, ambas entablaron una gran amistad y desde el primer día que se conocieron fueron juntas a todas partes. Allá dónde Alegría contagiaba su felicidad, Sonrisa hacía que se rieran.
Una tarde de paseo Alegría y Sonrisa acabaron en un parquecito situado cerca de sus respectivas casas. Allí encontraron, como cada día, a Tristeza y a Llanto sentados al pie de un árbol viejo y roñoso. Tristeza, a pesar de ser de la misma edad que Alegría, parecía ser mucho más grande, con su pelo negro encrespado y su aspecto desmejorado. Era todo lo contrario a Alegría, siempre pesimista y decaída. Llanto, el hermano gemelo de Tristeza, era algo más canijo y, al igual que su hermana, presentaba un aspecto descuidado. Tenía el flequillo largo, no porque le gustara, sino para que sus ojos estuvieran cubiertos y no se notara que siempre los tenía hinchados.
A Alegría no le gustaba Tristeza, no la odiaba, pero no comprendía por qué siempre estaba afligida y, por más que se esforzaba, nunca conseguía contagiarle su felicidad. Por otra parte, Llanto le parecía un chico sensible que necesitaba un poquito de atención y felicidad en su vida. Sonrisa, sin embargo, pensaba que Llanto era un llorica teatrero con el que no merecía la pena perder el tiempo y, al contrario que Alegría, pensaba que Tristeza necesitaba algo más de atención y trataba de hacerle compañía siempre que podía.
A pesar da las diferencias que tenían, pasaban mucho tiempo juntos, soportándose unos a otros y aceptándose tal y como eran. La amistad que mantenían los cuatro quizá no era estable, pero supongo que así son los sentimientos. Con la Alegría siempre acabamos Sonriendo, incluso puede que acabemos Llorando de la emoción. Al igual que con la Tristeza, con la que siempre Lloramos y que a veces tratamos de ocultar con una Sonrisa.
La chica nueva se llamaba Sonrisa, y era alta, morena de piel, con los ojos azules y unos dientes blancos y grandes como perlas. Al igual que Alegría destacaba por su felicidad contagiosa, Sonrisa lo hacía por ser una chica siempre risueña. Pronto, ambas entablaron una gran amistad y desde el primer día que se conocieron fueron juntas a todas partes. Allá dónde Alegría contagiaba su felicidad, Sonrisa hacía que se rieran.
Una tarde de paseo Alegría y Sonrisa acabaron en un parquecito situado cerca de sus respectivas casas. Allí encontraron, como cada día, a Tristeza y a Llanto sentados al pie de un árbol viejo y roñoso. Tristeza, a pesar de ser de la misma edad que Alegría, parecía ser mucho más grande, con su pelo negro encrespado y su aspecto desmejorado. Era todo lo contrario a Alegría, siempre pesimista y decaída. Llanto, el hermano gemelo de Tristeza, era algo más canijo y, al igual que su hermana, presentaba un aspecto descuidado. Tenía el flequillo largo, no porque le gustara, sino para que sus ojos estuvieran cubiertos y no se notara que siempre los tenía hinchados.
A Alegría no le gustaba Tristeza, no la odiaba, pero no comprendía por qué siempre estaba afligida y, por más que se esforzaba, nunca conseguía contagiarle su felicidad. Por otra parte, Llanto le parecía un chico sensible que necesitaba un poquito de atención y felicidad en su vida. Sonrisa, sin embargo, pensaba que Llanto era un llorica teatrero con el que no merecía la pena perder el tiempo y, al contrario que Alegría, pensaba que Tristeza necesitaba algo más de atención y trataba de hacerle compañía siempre que podía.
A pesar da las diferencias que tenían, pasaban mucho tiempo juntos, soportándose unos a otros y aceptándose tal y como eran. La amistad que mantenían los cuatro quizá no era estable, pero supongo que así son los sentimientos. Con la Alegría siempre acabamos Sonriendo, incluso puede que acabemos Llorando de la emoción. Al igual que con la Tristeza, con la que siempre Lloramos y que a veces tratamos de ocultar con una Sonrisa.
Hoy me siento...
- ¡Uy! ¡Mira ese! Yo le echaba un polvo...
- Tía, ¿qué dices?...
- Bueno, vale, le echaba dos... que hoy estoy romántica...
¿Te cuento un cuento?
Un señor fue invitado a la típica cena elegante en las que el champán y la elegancia se palpan en cada esquina. La idea de asistir a una de esas fiestas no le parecía del todo apetecible, aun así decidió vestirse con lo primero que pilló en el armario y se presentó en el lugar con la mejor de sus sonrisas.
Una vez allí, las cosas no fueron del todo bien. Ni los invitados ni los anfitriones reparaban en su presencia, y los que lo hacían cuchicheaban mientras miraban con reproche; le dejaron el peor lugar de la mesa, el asiento más apartado del resto de invitados; la peor de las comidas fueron a parar a su plato, servidas tarde y frías y, cada vez que intentaba llamar a un camarero, éstos le ignoraban y pasaban de largo.
El señor se sintió fatal, se hartó y decidió salir del lugar para volver a casa. Una vez allí, meditó por un momento la situación de la fiesta y decidió vestirse con sus mejores galas, se echó su perfume más caro y volvió con la cabeza bien alta.
Cuando volvió a la cena las cosas fueron diferentes. De repente fue el centro de atención de todas las miradas, esta vez, miradas de amabilidad y respeto; la gente no paraba de ofrecerle su compañía, a pesar de que las conversaciones eran superfluas y carecían de interés; en la mesa le cedieron el mejor de los asientos y toda la atención que le había faltado un rato antes ahora lo agobiaba.
Eso no era lo que quería.
Harto de la situación, puso sus ropas sobre la mesa y dijo:
- Aquí tenéis todo lo que quereis de mí.
Y se marchó desnudo a casa.
LPDE – 2x02
... pero créete siempre lo que te diga una mosca.
- ¡Huy! Qué bien huele...
- Si... Creo que viene de esa planta.
- Voy a acercarme, que quiero olerla mejor...
- ¡No espera! ¡Yo sé cual es esa planta! Se come a las que son como nosotras...
- ¿Pero qué dices tonta? ¿Cómo se va a comer una planta a un insecto? Es completamente antinatura...
...
[Y esas fueron las últimas palabras de Berny, la mosca]
Nunca te creas nada de Nestlé...
- Estás triste.
- No.
- No sabes mentir, dime qué te pasa.
- Que no me pasa nada.
- ¿Quieres chocolate? Dicen que quita las penas.
- Eso fue un invento de Nestlé para aumentar las ventas.
- Venga, va. Cuéntame qué te pasa, y no me digas que no te pasa nada porque no sabes mentir.
- Ni tú consolar.
- No.
- No sabes mentir, dime qué te pasa.
- Que no me pasa nada.
- ¿Quieres chocolate? Dicen que quita las penas.
- Eso fue un invento de Nestlé para aumentar las ventas.
- Venga, va. Cuéntame qué te pasa, y no me digas que no te pasa nada porque no sabes mentir.
- Ni tú consolar.
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