Un señor fue invitado a la típica cena elegante en las que el champán y la elegancia se palpan en cada esquina. La idea de asistir a una de esas fiestas no le parecía del todo apetecible, aun así decidió vestirse con lo primero que pilló en el armario y se presentó en el lugar con la mejor de sus sonrisas.
Una vez allí, las cosas no fueron del todo bien. Ni los invitados ni los anfitriones reparaban en su presencia, y los que lo hacían cuchicheaban mientras miraban con reproche; le dejaron el peor lugar de la mesa, el asiento más apartado del resto de invitados; la peor de las comidas fueron a parar a su plato, servidas tarde y frías y, cada vez que intentaba llamar a un camarero, éstos le ignoraban y pasaban de largo.
El señor se sintió fatal, se hartó y decidió salir del lugar para volver a casa. Una vez allí, meditó por un momento la situación de la fiesta y decidió vestirse con sus mejores galas, se echó su perfume más caro y volvió con la cabeza bien alta.
Cuando volvió a la cena las cosas fueron diferentes. De repente fue el centro de atención de todas las miradas, esta vez, miradas de amabilidad y respeto; la gente no paraba de ofrecerle su compañía, a pesar de que las conversaciones eran superfluas y carecían de interés; en la mesa le cedieron el mejor de los asientos y toda la atención que le había faltado un rato antes ahora lo agobiaba.
Eso no era lo que quería.
Harto de la situación, puso sus ropas sobre la mesa y dijo:
- Aquí tenéis todo lo que quereis de mí.
Y se marchó desnudo a casa.
LPDE – 2x02
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