Alegría era una chiquilla algo más pequeña que el resto de niñas de su edad. Era bastante adorable, con su pelo rubio rizado y sus enormes ojos color miel… Aun siendo tan mona, lo que realmente destacaba en Alegría era la capacidad que tenía de contagiar su felicidad allá por donde pasaba. Una buena tarde, desde su pequeña habitación, vio que una chiquilla de su edad, pero algo más alta, se estaba mudando a la casa de al lado.
La chica nueva se llamaba Sonrisa, y era alta, morena de piel, con los ojos azules y unos dientes blancos y grandes como perlas. Al igual que Alegría destacaba por su felicidad contagiosa, Sonrisa lo hacía por ser una chica siempre risueña. Pronto, ambas entablaron una gran amistad y desde el primer día que se conocieron fueron juntas a todas partes. Allá dónde Alegría contagiaba su felicidad, Sonrisa hacía que se rieran.
Una tarde de paseo Alegría y Sonrisa acabaron en un parquecito situado cerca de sus respectivas casas. Allí encontraron, como cada día, a Tristeza y a Llanto sentados al pie de un árbol viejo y roñoso. Tristeza, a pesar de ser de la misma edad que Alegría, parecía ser mucho más grande, con su pelo negro encrespado y su aspecto desmejorado. Era todo lo contrario a Alegría, siempre pesimista y decaída. Llanto, el hermano gemelo de Tristeza, era algo más canijo y, al igual que su hermana, presentaba un aspecto descuidado. Tenía el flequillo largo, no porque le gustara, sino para que sus ojos estuvieran cubiertos y no se notara que siempre los tenía hinchados.
A Alegría no le gustaba Tristeza, no la odiaba, pero no comprendía por qué siempre estaba afligida y, por más que se esforzaba, nunca conseguía contagiarle su felicidad. Por otra parte, Llanto le parecía un chico sensible que necesitaba un poquito de atención y felicidad en su vida. Sonrisa, sin embargo, pensaba que Llanto era un llorica teatrero con el que no merecía la pena perder el tiempo y, al contrario que Alegría, pensaba que Tristeza necesitaba algo más de atención y trataba de hacerle compañía siempre que podía.
A pesar da las diferencias que tenían, pasaban mucho tiempo juntos, soportándose unos a otros y aceptándose tal y como eran. La amistad que mantenían los cuatro quizá no era estable, pero supongo que así son los sentimientos. Con la Alegría siempre acabamos Sonriendo, incluso puede que acabemos Llorando de la emoción. Al igual que con la Tristeza, con la que siempre Lloramos y que a veces tratamos de ocultar con una Sonrisa.